—Ya me voy —dijo algo nerviosa y comenzó a
caminar.
Sonreí al ver su paso apresurado al caminar,
entonces corrí hasta ella y la tomé del brazo para jalarla hacia mí y besarla
dulcemente en los labios.
—De todas maneras iba a hacerlo —le dije
cuando me alejé apenas un milímetro de ella.
Llegué a mi casa y tiré todas mis
cosas al suelo. Tomé la carta de mi madre y me senté en el sillón para volver a
leerla. Me había olvidado completamente de su letra. Una letra fina y bien
clara. Me levanté y fui hasta mi habitación. Comencé a revolver los cajones de
mi mueble, hasta que encontré lo que estaba buscando. La tomé con cuidado y la
miré detenidamente.
Ella era tan hermosa… y debe serlo aun.
Sentí un nudo de impotencia que no
me dejaba respirar tranquilo. Ella era una mujer increíble y nunca tuvo que
haber pasado por todo lo que mi padre la hizo pasar. Maldito cobarde, infeliz…
será mi padre pero lo único que siento hacia él es desprecio.
Me puse de pie, necesitaba salir y
despejarme, dejar de pensar en todo. Me cambie la molesta ropa de la Universidad
y tomé mis llaves y mi teléfono para salir de casa. No iba a ir en moto.
Necesitaba caminar.
Caminé sin rumbo alguno por las
calles de la cuidad, sin prestar mucha atención a donde estaba yendo. Hasta que
mis pasos se detuvieron frente a un viejo bar. Miré a mí alrededor y decidí
entrar. Un lugar con luces bajas, todo estaba relativamente oscuro. Me acerqué
a la barra y me senté en la silla. Un hombre de unos 70 años se acercó a mí y
me miró fijo.
—¿Qué se te ofrece muchacho? —me
preguntó.
—Dame una botella de ron – le pedí.
Él asintió. Se alejó de mí y se agacho para buscar lo que le estaba pidiendo.
*Flashback*
—¿No vas a hacer ninguna tontería,
cierto?
*Fin del Flashback*
Su pregunta y preocupación llegó a
mi cabeza. Me la había vuelto a preguntar después de que la había ido a besar.
El hombre se acercó de nuevo a mí y apoyó la botella frente a mis ojos, colocó
un vaso al lado. Lo miré y le agradecí con la cabeza. Se alejó de nuevo.
Lo siento cariño, pero no puedo
cumplirte. Necesito que mi mente este en otro lugar, necesito olvidar y
embriagarme. Abrí la botella y me serví un poco de ron. Miré mi vaso y dude un
poco en hacerlo… Lali estaba en mi cabeza.
Pero no, tenía que hacerlo. Llevé el
vaso a mi boca y tomé de golpe. Apoyé el vaso con un poco de fuerza sobre la
barra, ya que el ron me había quemado hasta el cerebro. Volví a llenarlo y
volví a tomar.
*Flashback*
—Tu madre es una cualquiera,
¿entiendes eso? Ella te dejó, decidió irse con otro… ¿y sabes por qué? Porque
eres un error… nunca te quiso. Cuando se enteró de que estaba embarazada de ti…
quiso abortarte pero yo no la dejé, y cuando naciste no te quiso ver. La
tuvieron que obligar a que te diera de amamantar… ¿Cuándo vas a entenderlo?
Ella nunca quiso que nacieras…
*Fin del Flashback*
—¡Mentira! —dije sin darme cuenta.
La gente que estaba a mí alrededor
se giró a verme. Volví a tomar el ron que estaba en mi vaso. Sus malditas
palabras llenaron mi cabeza.
¿Por qué me hacía esto? ¿Por qué mi
propio padre quería destruirme? ¿Por qué quería acabar conmigo? ¿Qué le había
hecho yo a él?
Seguí tomando y tomando. Mi cabeza
ya daba vueltas. Pero aun así no había logrado despejar mi mente de aquellos
recuerdos horribles y aquellas palabras hirientes. No sé cuánto tiempo pasó,
pero mi botella ya estaba casi vacía.
Miré a mi alrededor y luego miré a
la hora del reloj de pared del bar. Ya era tarde, debía irme.
Me puse de pie y
ante el repentino mareo me agarre de la mesada. Saqué un poco de dinero y sin
mirar cuanto era lo dejé encima de la mesa. Salí del bar y las gotas de lluvia
mojaron mi rostro. Levanté mi cabeza y miré el cielo. Estaba oscuro y había
refrescado bastante.
Coloqué sobre mi cabeza la capucha
de mi buzo. Tenía que ir a algún lado, tenía que dejar de pensar un poco. Mis pies
comenzaron a caminar sin rumbo alguno, la lluvia fría había logrado traspasar
un poco mi ropa. No sabía a dónde ir, mis pasos caminaban sin dirección.
Hasta que me detuve frente a un
edificio. Lo miré bien y supe que ese era el edificio de Lali.
Me acerqué a la
puerta y para mi buena suerte, estaba abierta. Me quedé un segundo quieto,
esperando a que todo volviera a ser visible, ya que lo estaba viendo borroso.
Reí por lo bajo y me acerqué al ascensor.
Entré y sin dudar marque el piso 6.
Llegué al piso más rápido de lo que pensé. Me acerqué a la puerta y di tres
golpes firmes y lentos. Necesitaba que me abriera, necesitaba verla, necesitaba
abrazarla. Que ella me abrazara y que me contuviera. Tragué ante el
pensamiento.
—Ya voy —escuché su dulce voz desde
adentro. La puerta se abrió y ella me miró sin poder creerlo —Peter…
—Lo siento, no sabía a que otro
lugar ir —dije y me tambaleé un poco. Ella se acercó a mí y tomó de la cintura.
Su rostro quedó cerca del mío —Nico ha salido de casa y Gas esta en un caos
familiar —disculpé con esas excusas mi presencia en su casa. Me ayudó a entrar
y me hizo sentarme en el sillón.
—¡Menos mal que te dije que no
hicieras tonterías!—me empezó a regañar. Mi cabeza daba muchas vueltas. Solo vi
como se acercaba a la cocina —¿Por qué haces esto? ¿Qué necesidad tenías de
tomar así? A kilómetros se te huele el alcohol —siguió hablando. Sonreí por lo
bajo y vi como ella servía algo en una taza —¡Creo que ya estás un poquito
grande como para estar emborrachándote por ahí y poniendo tu vida en peligro!
—Ya, ya no me retes —le pedí. Ella
se acercó y se arrodillo frente a mí. Me quitó la capucha.
—¡Tienes los ojos rojos por el
alcohol! ¿No te da vergüenza? Encima me lo prometiste, me prometiste que no
ibas a hacer tonterías…
—Perdón, perdón —me disculpé.
Levantó su mano y secó mi rostro con
la toalla que había traído. Luego me ayudó a quitarme el buzo, ya que estaba
empapado.
Colocó la toalla alrededor de mis
hombros. Giró y tomó la taza para dármela. Miré el líquido verde claro y la
miré a ella.
—Es un té chino, quita la borrachera
más rápido que el café y no provoca efectos de adicción, como el café —me dijo.
Volví a mirar el té y con duda lo
acerqué a mi boca.
Apenas un sorbo de aquello tocó mi
lengua lo alejé de mí.
—Esto es un asco —dije mientras
dejaba que esa horrible cosa pasara por mi garganta.
—Lo siento querido, pero el que
quiere celeste que le cueste —dijo y me hizo tomar de nuevo.
Juro que era lo más asqueroso que
había probado en mi vida.
—No, no quiero más —alejé la taza de
mí, pero ella volvió a acercarla.
—No, claro que no —llevó la taza a
mi boca —Vas a tomarte todo, quieras o no.
Sonreí por lo bajo y tomé
obedientemente.
—Estoy seguro de que así debe sonar
mi madre —dije algo divertido. Sus ojos se clavaron en los míos, y acomodó un
poco mi cabello.
—¿Sabes? La noche de la fiesta en la
que nos encontramos, ¿recuerdas? —me dijo. Asentí con la cabeza mientras volvía
a tomar un poco de té. Ya no sabía tan horrible —Estábamos jugando a las veinte
preguntas… no lo terminamos. Me tocaba a mí…
—Fueron cinco, no veinte... bueno
seis —le dije al recordarlo con claridad. Sonrió por lo bajo y luego soltó un
leve suspiró mientras se arrodillaba mejor frente a mí.
—Bueno, entonces comenzaré —me dijo.
Asentí —¿Por qué haces las cosas que haces?
—No lo sé, es algo que… no lo sé —le
respondí.
—Está pregunta siempre quise
hacértela —dijo algo divertida —¿Qué le viste a María?
Su pregunta me hizo reír por lo
bajo. La miré a los ojos y arqueé una ceja.
—¿Celosa? —pregunté.
—La que hace las preguntas aquí soy
yo —me dijo seria.
—Está bien, está bien —le dije y
suspiré —María es una más del montón, nada significó para mí y jamás va a
significarlo.
—¿Yo soy una más del montón?
—No, jamás —contesté rápidamente.
—¿Playa o montaña? —me dijo.
—Montaña, así podría ir con alguien
a quien le parece que lo mejor de tener frío es poder entrar en calor —le dije.
Rió levemente y clavó sus ojos en los míos.
—¿Cómo se llama tu madre? —preguntó.
Detuve el recorrido que estaba
haciendo la taza a mi boca. Sentí como un nuevo nudo se formaba en mi garganta.
Aquel mareo horrible que tenía cuando llegué ya casi ni estaba.
—Claudia—dije por lo bajo.
—¿Dónde está ella? —dijo.
—No lo sé —dije y fijé mi mirada en
la nada —Hace diez años que no sé nada de ella. Mi padre… mi padre la golpeaba.
Ella un día se cansó y me agarró y nos fuimos de casa con Ben.
—¿Quién es Ben? – la miré a los ojos
y sentí como los míos se llenaban de lágrimas.
—Ben era el hombre por quien mamá
iba dejar a Mariano. Siempre lo quise mucho, era un hombre increíble —contesté
su pregunta —Nos… fuimos de casa, pero papá fue por mí con un juez y se quedó
conmigo. Desde entonces… no supe nada más de ella. No sabía si estaba viva, si
estaba muerta —mi voz se quebró al final de la oración—Mi padre me ha amenazado
toda su vida con que si yo no hacía lo que él quería iba a mandar a matar a mi
madre —la mire de nuevo a los ojos y sus marrones ojos estaban llenos de
lágrimas también —Yo no pude hacer nada, ¿entiendes? ¡El maldito me tiene
agarrado de las pelotas!
—Otra pregunta —dijo con un hilo de
voz. La miré extrañado —¿Puedo besarte?
No dije nada. Ella se inclinó hacia
delante y chocó suavemente sus labios con los míos. Mis ojos se cerraron
instantáneamente. Sus labios se cerraron suaves sobre los míos, que con temor
respondían a su gesto.
No había ganas en ese beso, no era
una insinuación sexual. Ese beso era preocupado, angustiado, quería consolarme.
Esto no podía ser así, no debía ser así. Algo asustado me alejé de ella. Me
miró algo sorprendida.
—¿Qué sucede? —me preguntó.
—No… no hagas eso. Yo no quiero tu
lastima… no me gusta la lastima —le dije.
Tomó mi rostro con sus manos e hizo
que la mirara fijo a los ojos. Me sonrió dulcemente, provocando que un
escalofrió bajara por mi espalda. Volvió acercarse a mi boca.
—No, no es lastima —susurró sobre
mis labios —Solo quiero cuidarte. Tú viniste hasta aquí, no porque Nico o Gas
no estaban. Viniste hasta aquí, porque necesitas que te cuide, necesitas que te
abrace, que te bese. Me necesitas…
Se acercó más a mí y se sentó sobre
mi regazo. Me encontré colocando torpemente mis brazos alrededor de su cintura,
mientras sus labios eran una suave caricia sobre los míos.
Sus manos acariciaban mis cabellos,
hacia atrás. Y luego las yemas de sus dedos, acariciaban mis mejillas. Y su
boca, ¡dios santo su boca! Su boca se estaba convirtiendo en una obsesión.
Una peligrosa obsesión.
Se alejó un poco y yo quedé colgando
en el aire. Abrí mis ojos, para enfrentar los suyos.
Despacio acarició mi nariz
con la suya y luego se puso de pie.
Caminó hasta la cocina y se puso a
revolver algo.
—¿Te quedas a comer? —me dijo. Me
puse de pie y caminé hasta donde estaba ella.
—Creo que va a ser mejor que me vaya
—le dije. Me miró a los ojos.
—Está lloviendo y ya es tarde, ¿Por
qué no te quedas, Peter? —preguntó.
—No… no lo sé Lali —dije con duda.
Puso su mejor cara de perro mojado y
me miró fijo sacando un poco de puchero. ¡Maldita sea!
No puedo creer que tenga
esa facilidad de hacerme ceder así.
—¿Si? —preguntó sin dejar de mirarme
y hacerme ojitos. Respiré profundamente.
—Está bien —dije mientras soltaba el
aire que tenía en mi cuerpo.
Sonrió y se estaba por acercar a mí,
pero se detuvo y me miró.
—No, no. No lo tengo que hacer. No
lo voy a hacer, quédate tranquilo. Mantendré distancia entre nosotros —dijo. La
miré divertido.
Me acerqué a la mesa y me senté
frente a ella mientras observaba como cocinaba.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunté.
—¿Recuerdas aquel día en la oficina
de mi madre que me desmayé y me dijeron que estaba anémica? Bueno, fui al
médico el otro día y confirmó aquello. Me dijo que debo comer carne. Así que
estoy haciendo algo con un poco de carne —dijo. La miré divertido.
—Aquí tienes carne para comer,
cariño – dije refiriéndome a mí. Me miró divertida.
—No, esa carne tiene miedo de mí.
Así que mejor no la como, y trato de no mirarla, para que no salga corriendo
—me dijo sin dejar de sonreír.
Volvió su vista a la comida. Y una
pregunta se trabó en mi garganta.
Mi mirada estaba clavada en ella,
pero ella parecía no notarlo.
El imborrable recuerdo de su cuerpo
contra el mío, llegó a mi cabeza para agitarme. Tenía que preguntárselo, tenía
que hacerlo…
—¿Me pasas ese plato? —me dijo,
haciendo que saliera de mis pensamientos. Asentí y le alcancé lo que me pedía
—Tengo helado de postre, ¿Te gusta el helado?
—Algo frío para entrar en calor, si
—le dije.
Ella rió divertida y vi como sus
mejillas tomaban un poco de color. Como me encantaba que sus mejillas tomaran
color. Se veía tan inocente así.
—¿Vas a quedarte, verdad? —me
preguntó mientras me alcanzaba un plato con comida.
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ResponderEliminarJenny
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