—Por dios, es una locura. Se estaban mirando
con cara de idiotas —aseguró. Reí divertido.
—Te dije que iba a ser un buen Cupido…
—No, no creo que ellos… —dejó de hablar y me
miró—¡Que horror!
Llegamos a mi departamento y ella se acercó a
la heladera. La abrió y sacó el agua mineral. La miré algo extrañado.
—¿Qué sucede, cariño? —le pregunté. Ella me
miró.
—Me siento extraña —dijo. Algo preocupado me
acerqué a ella —Lo que pasa es que… casi toda mi vida he visto a mis padres
enfrentados. Y ahora fue muy extraño verlos de esa manera.
—¿Por qué… se separaron? —le pregunté. Ella
soltó un suspiro. Me miró y levantó su mano para acomodar un poco mi cabello.
—Sinceramente creo que nunca supe la
verdadera razón de todo. Pero por lo que yo veía en esos tiempos, todo fue
culpa de la rutina. Mi padre llegaba siempre a altas horas de la noche de la
oficina. Mi madre se la pasaba de viaje en viaje buscando nuevas modelos y esa
clase de cosas. Un día empezaron a discutir mi madre le echó en cara la falta
de atención hacia ella y hacia mí. Mi padre simplemente le dijo que no la amaba
más y todo se fue al tacho.
—¿Tú estabas presente en esa discusión? —le
dije. Ella asintió.
—Pero escondida debajo de la mesa… como toda
niña entrometida.
—¿Y ahora te sientes mal por que están
juntos?—pregunté. Ella sonrió.
—No creo que estén juntos. Lo más probable es
que se estén matando… quizás ya cada uno se haya ido por su lado. Pero ya no
pensemos en eso. Tengo sueño —me dijo.
Me acerqué más a ella y la alcé en brazos.
Ella soltó una leve risa.
—Vamos a dormir nuestra primera siesta
romántica —le dije.
—Y no va a implicar nada de eso que estas
pensando—me aseguró.
—Oye, no todo en mí es querer hacerte el amor
—dije y la miré —Bueno en realidad sí. Pero aunque no lo creas yo también
quiero dormir.
Ella sonrió y mordió su labio inferior.
—Bueno, entonces vamos a dormir juntitos, muy
juntitos —susurró y rozó mis labios.
—Así me haces casi imposible querer solo
dormir —le aseguré.
Soltó una divertida carcajada y entre al
cuarto sin bajarla al suelo. La apoyé en la cama y me acerqué a la ventana para
bajar las persianas y que la luz de la tarde no nos molestara. Giré para
mirarla y ella se estaba quitando el pantalón.
—¿Qué haces? —le pregunté. Me miró y alzó
ambas cejas.
—Me estoy sacando la ropa para dormir. No
pienso dormir con esta ropa incomoda. Solo voy a quedarme con la remera. Además
¿Qué tiene de malo?
—No, nada. Pero eres una tentación.
—Por dios, Peter —dijo divertida.
—Entonces, ¿yo también puedo dormir en bóxer?
Ella me miró a los ojos y una sonrisa picara
se curvó en sus labios.
—Si puedes.
Ella terminó de acomodarse y se acostó en la
cama. Me quité la molesta ropa y me acosté a su lado. La abracé contra mi
cuerpo y besé su frente.
—¿A que hora nos despertaremos? —le pregunté.
—A la hora que sea —dijo y se abrazó más a
mí. Besó mi pecho y luego levantó la mirada para encontrarse con la mía —Pero
eso sí, cuando nos despertemos yo iré a mi casa para ordenar un poco mis cosas
y cambiarme de ropa.
—¿Me dejaras?
—Solo por unas horas —me aseguró.
—Pero ¿A quién voy a abrazar esta noche? —le
pregunté.
—A nadie —susurró —Pero vas a estar pensando
en mí…y quizás te llame por teléfono para hablarte antes de dormir.
—O quizás yo aparezca por tu casa y no haga
falta dormir sola.
Sonrió y se acercó a mi boca para besarme. La
acerqué un poco más a mí y aquella tonta necesidad de no soltarla nunca me
atrapó.
—¿Sabes que nunca pensé que terminaríamos
así? —me dijo alejándose apenas de mí.
—¿No? —le dije y acomodé un poco su cabello
—Pues yo sí.
—No te creo.
—De verdad —la besé cortamente —Siempre supe
que te morirías por mí en algún momento.
Ella rió y se volvió a apoyar contra mí.
Colocó sus finas piernas entre las mías. Sus manos fueron hasta mi espalda y me
acarició tiernamente.
—Te amo —me dijo. Sonreí y cerré mis ojos.
—No más que yo a ti.
Llegué un poco agitado a la Universidad ya
que se me había hecho realmente tarde. El lunes llegó, ¿pueden creerlo? Lo que
quedaba del fin de semana se me pasó volando junto a Lali. El domingo decidimos
ir de picnic con Tina. ¿Leen eso? ¡Picnic! Nunca en mi vida pensé que iría de
picnic tras los pasos de una mujer que me trae completamente loco.
Por lo que vi Lali ya había llegado, porque
que su auto estaba en el estacionamiento. Ayer por la noche fuimos brutalmente
separados por nuestros amigos. Ella se fue a su casa con Rochi Euge, mientras
que yo me quede, literalmente llorando, con Gastón y Nicolás.
—No puedes estar tan llorón, Lanzani. Has
estado con Lali las 24 horas del día —me había dicho Nicolás.
—Pero yo la extraño —me quejé.
—Definitivamente este no es el Peter que
nosotros conocíamos —aseguró Gastón.
Reí y salí de mis pensamientos. Entré al
salón y para mi desgracia el profesor ya estaba allí. Me miró bien y solo me
limité a disculparme. Miré hacia la gente y la busqué con la mirada. Y allí
estaba ella sentada casi al final de la segunda fila. Y ¿adivinen qué? El único
lugar libre que queda es a su lado. Con cuidado me acerqué y sin decir nada me
senté.
Ella me miró y yo la miré a ella. Sonrió y
despacio se acercó a besar mi mejilla. Cuando se alejó la miré con reproche.
—Eso no es lo que yo quería —le dije. Ella
rió por lo bajo y miró al frente.
—Estamos en clase, Lanzani —me dijo.
—Oh, ¿ahora soy Lanzani, verdad? —dije con
cierta indignación.
—Claro que eres Lanzani, tonto —susurró.
—Pues no me parece correcto.
—¿Qué cosa? —me preguntó mientras me miraba
de nuevo.
—Que te hagas la tonta, la que no somos nada
aquí.
—Pero si yo no me estoy haciendo la tonta.
Solo que no quiero que por tu culpa me castiguen.
—Nadie va a castigarte.
—Lanzani, ¿quiere decirnos la respuesta? —me
preguntó el profesor de filosofía.
Me giré a verlo. Y toda la clase me miraba,
esperando a que dijera algo.
—No la se —le dije.
—Perfecto. Entonces ¿puede hacerme el favor
de dejar de hablar con su compañera? —miró a Lali y ella asintió.
—Si —dije. El profesor volvió a hablar y a
escribir—Quiero mi beso.
—No Peter, ahora no —musitó ella.
—Ahora Mariana Esposito.
Me miró fijo, tratando de intimidarme. Sonreí
y me acerqué un poco más a ella.
—Cuando digo que no, es no —susurró.
—Pero cuando yo digo que sí, es si —le
aseguré.
—Perfecto, me cansaron —lo escuchamos hablar.
Ambos nos giramos a verlo – Los dos se van de mi clase.
—Pero... —dijo ella.
—Pero nada Esposito. Junten sus cositas y
salgan a cuchichear afuera —sentenció él.
Lali se puso de pie y juntó sus cosas. Yo
copie su acción. Ambos salimos del salón. Y cuando la puerta se cerró detrás de
nosotros ella se giró a verme.
—¡Eres un tonto! —me dijo enojada.
—Oye, oye, oye —la calmé y la tomé del brazo
para acercarla a mí —Fue tu culpa, tú no
quisiste darme mi beso.
—¿Es que acaso no podías esperar? —Preguntó
algo nerviosa —Por tu culpa me voy a perder una clase más. Así no sé si llegaré
a recibirme alguna vez.
La acerqué más a mí, abrazándola por la
cintura. Ella colocó sus manos sobre mi pecho para poner una distancia entre
nosotros.
—Solo necesito mi beso ¿sí? —le dije. Ella me
miró fijo y dejó de hacer presión con sus manos sobre mí. Entonces la distancia
comenzó a desvanecerse. Me acerqué más a ella y al fin obtuve lo que tanto
quería. Su boca comenzó a responderle dulce a la mía y eso me hizo saber que
realmente me estoy volviendo un tonto.
—¿Qué significa esto? —preguntó. Ella se
alejó de mí y lo miramos.
—Pablo—dijo algo nerviosa. Uuu, esto se me va
a poner muy bueno.